Beber menos, para beber mejor
Todo alimento es susceptible de ser mortal, ya sea por una ingesta excesiva que lo convierta en veneno, como decía Paracelso, ya sea por vía del atragantamiento y la correspondiente muerte por asfixia
Mi querida Sara, alias
, ha vuelto al ataque en su cruzada contra el alcohol y, sobre todo, en su lucha para que las cartas de los restaurantes incluyan cada vez más oferta de bebidas sin alcohol e incluso maridajes -ella los odia-, en aquellos restaurantes que hacen el esfuerzo de buscar eso, tan cursi, de las armonías entre vinos y platos. Nada que objetar a los deseos de Sara en este sentido, a la que no le falte nunca de nada. Pero que quede claro que yo soy muy poco de obligar a nadie a hacer nada y mucho menos cuando se trata de un negocio en el que no está en juego mi dinero. Quiero decir que, del mismo modo que creo que ningún restaurante tiene que ofrecer platos veganos obligatoriamente -o solo para evitar una pataleta de los susodichos-, tampoco creo que se pueda obligar a ningún restaurante a tener una carta de bebidas sin alcohol. Estas cosas, ambas dos, tienen que suceder —y nunca mejor dicho— de forma orgánica. Entiéndase aquí lo orgánico como sinónimo de la lógica del mercado. Que no se preocupen los veganos y los sobers, que cuando un local vea que deja de ingresar parné, por no contentar a los unos y los otros, se pondrán las pilas. Mientras, la salud y la conciencia de cada uno son responsabilidad individual de cada cual, no de los restaurantes.Hacia el final de su alegato, Sara insiste, esta vez con profusión de datos, sobre algo que ya sabíamos y que es incuestionable. Cuando se trata de alcohol, no hay dosis segura, ya que estamos ante una sustancia cancerígena, adictiva y tóxica. Ergo, no deberíamos beber alcohol en absoluto. Las trampas al solitario que se hacen algunos en este sentido también son de campeonato. Aún recuerdo esa vez que una persona que se dedica al marketing del vino —tiene una agencia de comunicación enfocada a este sector— me reprochó que dijera eso que ya sabíamos (ella no) y que les acabó de comentar, pues el consumo moderado (sic) no era malo. Le mandé la lista de productos cancerígenos y el estudio de la OMS de 2021 y fin del problema. La ignorancia es muy atrevida. También me parece de una terrible ingenuidad esos que, como para disimular lo perjudicial del alcohol, dicen que el vino es un alimento.
Vamos a ver, en principio, todo alimento es susceptible de ser mortal, ya sea por una ingesta excesiva que lo convierta en veneno, como decía Paracelso, ya sea por vía del atragantamiento y la correspondiente muerte por asfixia, a falta de alguien con más maña que fuerza que nos aplique con destreza la maniobra Heimlich. Te puedes atragantar comiendo cualquiera que sea la cosa, desde una gamba a un pedazo de apio que se te queda atravesado en mal lugar. Y aunque uno puede ahogar sus penas en alcohol, no es lo mismo ahogarse que atragantarse, y por supuesto, si en los alimentos todo depende de la dosis y con el alcohol no hay dosis segura, decir que el vino es un alimento, pues ¿qué quieren que les diga?
Y eppur io bevo. Ya lo he contado otras veces. En primer lugar, porque no considero mi cuerpo como un templo, ni aspiro a la inmortalidad. Claro que no me quiero morir antes de tiempo, ni enfermar innecesariamente. También tengo claro que uno puede beber toda la vida o comer carne toda la vida y morir de viejo sin que ambos consumos hayan tenido nada que ver. Del mismo modo, uno puede ser abstemio y vegetariano y morir de cáncer colorrectal en un plis plas. El estilo de vida, los condicionantes genéticos y los ambientales también tienen algo que decir. Los efectos combinados de la contaminación del aire ambiente y la del aire doméstico se asocian a 6,7 millones de muertes prematuras cada año en todo el mundo, según la OMS.
Pero el vino me gusta y sobre todo me interesa. A diferencia de la kombucha que ni me gusta, ni mucho menos me interesa lo más mínimo. No la bebería ni que me apuntaran con una pistola, cosa que afirmo de haberla probado sin nadie apuntándome con un arma. A mí del vino me interesan sobre todo las personas que lo hacen. Me interesa su relación con el paisaje, con esa idea de terroir tan francesa. El vino es un producto cultural que hace 8.000 años que elaboramos. La kombucha no es más que pijerío y sobreactuación, cosa que reconozco que en el vino, o mejor dicho, con según qué vinos y con según qué bebedores, también se puede dar. El vino es un mercado de 323.000 millones de euros, del que vive mucha gente y muchas familias. El de la kombucha se espera que llegue a los 11.200 millones de dólares en 2030. Además, hasta hace dos días -no sé si sigue siendo así- la producción de kombucha estaba en manos de la mayor escoria que haya visto jamás el mundo: los emprendedores. Gente despreciable, en su gran mayoría -excepto mi amigo
- el 90% de los cuales fracasan en tres años, arrastrando con ellos empleos e inversores.A mí, como a Sara, cada vez me gustan más los vinos naturales, y lo cierto es que desde hace tiempo busco vinos con poca graduación. Me ha pasado que, como con la carne, he llegado a una posición más matizada. Prefiero beber menos, para beber mejor. Y aquí, mejor no quiere decir vinos más caros. Esa viruela ya la pasé. Mejor quiere decir que bebo vinos que hacen amigos míos, vinos que se hacen en lugares imposibles y que aportan valor económico y paisajístico a zonas que de otra manera sería muy difícil que la gente se pudiera ganar la vida. Vinos que se hacen con cierto sentido de la responsabilidad hacia el lugar y, ¿por qué no?, hacia el planeta. Bebo menos porque trato de no hacerlo de lunes a viernes, porque aunque como bien dice la OMS, eso no asegura nada, creo que sí que está bien que el alcohol en general deje de ser habitual para ser algo excepcional. También sé que se acercan el verano y el calor, cosa que hará que mi relación con la cerveza helada reviva.
¿Pero dejar de beber? No. Ahora podría hacer el chiste fácil de que si un día el médico me prohibiera beber, cambiaría de médico, pero mentiría. Me pasaría definitivamente al agua con gas, que también hay quien te dice que es malísima porque la sal y no sé qué puñetas. No hay forma de morir en paz.
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La grande tendencia me parece esa: beber menos, con menos grado alcolico, i “mejor” (o sea como tu lo pones: “con sentido”). Y me parece bien.
La kombucha sigue ganando en mi día a día, pero el otro día me bebí un vino de Ramiro en Sanlucar de Barrameda que me hice volar - y bien, y era un copo.
Los que no me gustan - y a ti tampoco, que bien leerlo, son los profesionales en negación científica. A estos les pondría en barrique de Diógenes ;)
Me ha encantado. Refleja el pensar de los que bebemos por afición. Intentando beber mejor, beber menos y entendiendo lo que tomamos. La kombucha mejor ni mentarla.